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Vivencias traumáticas y Folres de Bach



Todos, a lo largo de nuestra vida, hemos sentido en algún momento un fuerte impacto emocional que nos ha dejado una huella dolorosa, una herida que ha tardado mucho en curarse y que incluso en algunos casos y a pesar de haber pasado mucho tiempo, sigue supurando porque  aún no se ha curado del todo.


El trauma es ese  fuerte impacto emocional pasado o presente que nos deja una secuela tan grande que decidimos olvidar consciente o inconscientemente y en ocasiones no compartir nadie.


Puede tratarse del impacto que nos deja una noticia grave, de la pérdida de un ser querido, de una ruptura amorosa, de habernos sometido a una intervención quirúrgica  con las consiguientes secuelas físicas y psíquicas que ello conlleva o de cualquier situación que a nosotros particularmente nos suponga una experiencia de indefensión  como una agresión  física o psíquica. 


Las secuelas que nos puede dejar un trauma son muchas e influyen en la capacidad de funcionamiento que tiene la persona a lo largo de su vida. Ello dependerá de la magnitud del suceso y de los recursos que se tengan para hacerlos frente.


No todos los traumas se producen de forma súbita y generan un “shock “inmediato. Existen situaciones dolorosas y difíciles de afrontar que se prolongan en el tiempo como una enfermedad crónica e incurable o un largo período sin trabajo o una relación familiar o de pareja  difícil y tortuosa que generan también traumas en quién los padece.


En muchas de estas situaciones, nos encerramos en nosotros mismos sin querer contarle a nadie lo ocurrido o sin querer hablar de ello, enterrando esa vivencia dolorosa en algún lugar recóndito de nosotros mismos, lo que nos lleva a tapar la herida antes de limpiarla y sanarla.


Lo que hace que el trauma desaparezca y no nos deje una impronta dolorosa para el resto de nuestra vida es el poder contar con una relación que nos apoye y nos nutra en esos momentos para poder descargar toda la energía  y los afectos negativos que nos generó esa vivencia.


No es el acontecimiento traumatica en sí mismo, el que nos crea una cicatriz tan grande en nuestro ser, sino la ausencia de una relación sana (el no poder contar con nadie) después de una experiencia así.


Una experiencia traumática es solo eso: una experiencia. Cuando las acciones de otras personas o las circunstancias de la vida nos traumatizan,  necesitamos confiar en otras personas que nos escuchen y contengan nuestro dolor. Alguien que nos ofrezca todo su apoyo y nos mantenga a salvo mientras nos recuperamos.


Una de las funciones que tenemos los terapeutas florales  es acompañar a las personas que han pasado por circunstancias dolorosas y traumáticas y ayudarlas a desbloquear ese sufrimiento que han encapsulado en su cuerpo a modo de síntoma o en su mente como una idea obsesiva que no les permite relajarse ni disfrutar de lo que acontece en el presente.


 El doctor Bach nos dejó en su legado maravillosas esencias que permiten restaurar la energía que se queda bloqueada en nuestro cuerpo y en nuestra mente después de sufrir experiencias de este tipo.

Una de ellas, aunque no siempre es la única que utilizamos es Star of Bethlehem



“Este remedio, diría Bach, aporta alivio a quienes por un tiempo rechazan el consuelo de sus allegados”. Bach la definió como “el  remedio que consuela y calma los dolores y las penas”. “Ayuda a todos los que sufren un gran malestar debido a acontecimientos que les han producido una gran infelicidad”.  

Su toma en el contexto de la relación terapéutica es realmente eficaz, tanto en traumas recientes como antiguos.

Si además se apoya con las flores colaterales de la supuesta vivencia  traumática, flores para el miedo que se sintió, para la angustia, para la tristeza etc. la persona puede recuperarse completamente y olvidar esa vivencia que tanta angustia generó.

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